Los emigrantes iberoamericanos, la compañía inseparable de nuestros ancianos
Antes teníamos muy claro qué significaba la palabra emigrante, quizás porque eran los españoles los que emigraban. En la actualidad, me temo que para muchos no estén nada claros estos conceptos de migrante, inmigrante y emigrante. Desde que la ONU introdujo la fiesta "del migrante" a nivel universal -18 de diciembre- esa fiesta ha quedado en "agua de borrajas". Además, con el desprestigio que en general tiene la ONU y el concepto tan abstracto y tan difuso que encierra la palabra "migrante", queda oculta una realidad que afecta a cientos de millones de personas.
Son muchas las cosas que se están haciendo mal en este campo. Y es hora de que también los ciudadanos nos preguntemos qué podemos hacer para que se dé una convivencia pacífica entre los ciudadanos de diferentes culturas, entre los españoles y los inmigrantes. Esta realidad de la inmigración la debemos contemplar desde diversos ángulos y no podemos dejarla exclusivamente en manos de los políticos, para que éstos la utilicen como punto de lanza de su programa electoral o como granero de votos al que se puede comprar con unas migajas sociales. Si estamos ante un problema de Estado, todos los partidos políticos deberían tratarlo conjuntamente como un problema de Estado. Es más, como es un problema de toda la UE, deberíamos buscar una solución conjunta para toda la UE.
Los inmigrantes, ¿no aportan nada bueno? Basta con darse un paseo por las ciudades españolas y observar a los acompañantes de nuestras personas mayores. Sí, ese trabajo lo desempeñan pacífica y solidariamente en un 99% de los casos personas de Iberoamérica. Hay otros campos donde también se da una convivencia pacífica: primeros años de la enseñanza escolar. Si estos niños iberoamericanos y otros hijos de inmigrantes se integran después en bandas violentas, hay algo que se está haciendo mal. Todo esto nos está indicando qué factores pueden favorecer una convivencia pacífica y qué defectos tenemos que corregir. Hay otros muchos trabajos, como el servicio doméstico, realizados también casi exclusivamente por extranjeros. Los inmigrantes no han venido a quitar el pan a los españoles ni a los otros europeos. No son los responsables de que un 10% de la población laboral española siga en paro. No es todo negativo lo que nos están aportando los inmigrantes. Es hora de que en España demos las gracias a todas estas personas.
En cuanto a los inmigrantes iberoamericanos, nuestro agradecimiento tiene que ser mayor aún. Además de estar realizando el trabajo que los españoles no queremos hacer, nos han traído muchos de ellos un idioma español más clásico y menos contaminado, con giros y palabras que nosotros habíamos olvidado. Sé que a ellos les resulta más fácil adquirir la nacionalidad española que a otros colectivos, pero más que de un favor que les hacemos, se trata de un derecho que ellos pueden exigirnos. Sus antepasados tenían la nacionalidad española y en muchos casos se les robó contra de su voluntad cuando esos países se independizaron de España. Nosotros, ni nuestros antepasados, somos culpables de que se les robara la ciudadanía española, pero sí lo somos de no brindarles la posibilidad de recuperarla automáticamente en caso de que la quieran. El concepto de 'madre España' debe ser algo más que palabras altisonantes.
Denuncié en su día que la UE no moviera un dedo para que los británicos que en contra de su voluntad habían perdido la ciudadanía europea por causa del Brexit pudieran seguir teniéndola. Probablemente no se hubiera conseguido nada, porque la ciudadanía europea es una ciudadanía de segunda categoría, pero la UE no podía quedar callada. Los iberoamericanos, en tiempo de su independencia, tenían una ciudadanía española de primera categoría, y la España actual debe brindarles la posibilidad de recuperarla, si ellos la reclaman.
Ayer celebrábamos el 520 aniversario de la muerte de Isabel la Católica, una reina que defendió como nadie a los indios -y no por paternalismo- y que en el siglo XVI recomendaba a los españoles que iban a Iberoamérica que, para una mayor integración de la sociedad, contrajeran matrimonio con las mujeres indias. En el siglo XXI probablemente ningún político se atreve a contradecir a Isabel la Católica, pero dudo de que haya alguno que se atreva a defender públicamente esta idea.

