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Clásico

Cuaderno de bitácora

Por Sonsoles Sánchez-Reyes Peñamaria

El Rey Arturo entre tablas y piedras


En la localidad inglesa de Winchester se conserva una única estancia de su castillo, el llamado Gran Salón, del siglo XIII. Allí se exhibe, colgada en la pared a gran altura, la que se dice sería la icónica Mesa Redonda del legendario rey Arturo, que según el ciclo artúrico fue donde los caballeros tuvieron visiones del Santo Grial y prometieron encontrarlo. No en vano en el siglo XV Thomas Malory, el autor de Le Morte D'Arthur, identificó Winchester con Camelot.

El desarrollo de las técnicas de datación de mano de la ciencia ha venido a echar un jarro de agua fría a muchos objetos que secularmente se asociaban con leyendas, y la madera de la mesa, que ha resultado ser de época muy posterior, no deja lugar a soñar su adscripción al siglo V junto al rey Arturo. Pero la enorme Tabla Redonda de Winchester, a pesar de que tras su análisis por radiocarbono se cree fue elaborada alrededor de 1250-1280 para el compromiso de una de las hijas de Eduardo I, guarda en sí misma una historia que la dota de singularidad. Eduardo I se interesó mucho por el rey Arturo y hasta estuvo presente en el descubrimiento de la supuesta tumba de Arturo y su esposa Ginebra en la abadía de Glastonbury.

Transcurridos varios siglos, en 1516 un joven rey Enrique VIII visitaba Winchester y quedaba fascinado con la mesa, construida de grandes robles, que originariamente se apoyaba sobre doce patas con un pilar central, necesario por su gran volumen -5,5 m. de diámetro y 1200 kg. de peso-, pero que llevaba fijada sobre la pared del Gran Salón al menos desde 1463, primero en el muro del lado este, y actualmente en el oeste.

El monarca ordenó pintar la mesa con la Rosa Tudor en el centro y representarse a sí mismo como el Rey Arturo en su trono, rodeado de los nombres de los Caballeros de la Tabla Redonda. Su intención era mostrar que los Tudor eran verdaderos descendientes del rey Arturo y, por lo tanto, de Constantino el Grande.

Poco después, en 1522, el emperador Carlos V visitaba Winchester acompañado de Enrique VIII, a la sazón su tío por estar casado con Catalina de Aragón. El contexto era asegurarse el apoyo del monarca inglés frente al enemigo paradigmático de Carlos, el rey Francisco I de Francia. Enrique VIII llevó a su sobrino al Gran Salón, haciendo ostentación de fortaleza al mostrarle la mismísima Tabla Redonda y el rostro sobre ella del rey Arturo tan semejante al de él, recordando así al emperador su poderosa ascendencia.

Pero la tradición no solo vincula Winchester a la leyenda del rey Arturo y sus caballeros. El cercano lugar de Stonehenge, el círculo megalítico Patrimonio de la Humanidad de más de 4.500 años de antigüedad, situado en la llanura de Salisbury, se relaciona en el folclore de forma directa con Arturo: Merlín, el mago de la leyenda artúrica, habría trasladado las moles pétreas desde Irlanda hasta Inglaterra.

Merlín hace su primera aparición ligada a Stonehenge en el Libro 8, Capítulo 10, de la obra épica escrita en Oxford hacia el año 1136 por Geoffrey de Monmouth Historia Regum Britanniae (Historia de los reyes de Gran Bretaña).

Geoffrey de Monmouth relata cómo Vortigern, caudillo de los Gewisse, para arrebatar la corona británica al hijo del rey Constantino, Constans, pagó a varios hombres para irrumpir en su dormitorio a cortarle la cabeza. De ese modo Vortigern se convirtió en rey. Pero los sajones, liderados por Hengist y Horsa, invadieron Inglaterra en el siglo V. Vortigen se casó entonces con la hija de Hengist, Rown, para unirse al invencible enemigo. Esta alianza le hizo ser considerado un traidor entre los celtas.

Un día en las calendas de mayo, Hengist convocó a británicos y sajones a una conferencia de paz cerca de Salisbury. Estando reunidos, los sajones atacaron a los desarmados príncipes de Bretaña y degollaron a unos cuatrocientos sesenta utilizando dagas escondidas en sus zapatos. Este acto condujo a la batalla entre los británicos y los sajones en el Monte Badon, donde se menciona al rey Arturo por primera vez, y tras la que Vortigern se ve obligado a ceder el cetro y huir.

El recientemente ungido rey británico Ambrosius Aurelianus (incorrectamente denominado por Monmouth Aurelius Ambrosius), hermano de Uther Pendragon, padre de Arturo, tenía como consejero al mago Merlín. Un día, el rey llegó a Salisbury, y lloró ante la fosa de los nobles y príncipes víctimas del complot. Decidió hacer en el lugar algo memorable. Merlín le dijo: "Si deseas honrar el lugar de enterramiento de estos hombres con un monumento eterno, envía a por la Danza del Gigante, que está en Killaraus, una montaña en Irlanda. Porque allí hay una estructura de piedras que nadie de esta época podría levantar sin un profundo conocimiento de las artes mecánicas. Son piedras de enorme magnitud y maravillosa calidad; y si pueden colocarse aquí, como están allí, alrededor de este lugar, permanecerán para siempre".

Cuando Aurelius cuestiona la necesidad de recorrer tan largo camino habiendo tantas piedras en Gran Bretaña, Merlín replica: "Ruego Su Majestad se abstenga de reírse en vano; porque lo que digo no es vanidad. Son piedras místicas y de virtud medicinal. Los gigantes de la antigüedad los trajeron de las costas más lejanas de África y los colocaron en Irlanda, mientras habitaban ese país. Su propósito en esto era hacer baños en ellos, cuando debían tomarse con alguna enfermedad. Porque su método consistía en lavar las piedras y poner a los enfermos en el agua, lo que los curaba infaliblemente. Con igual éxito curaban también las heridas, añadiendo sólo la aplicación de algunas hierbas. No hay allí piedra que no tenga alguna virtud curativa".

El rey dispuso entonces que Uther Pendragon, Merlín y quince mil hombres fueran a Irlanda a apropiarse de la Danza del Gigante. El rey irlandés Gilloman, enterado, formó su ejército para evitar que los británicos sustrajeran "ni la piedra más pequeña de la Danza". Pero estos prevalecieron en la batalla.

Como los británicos a pesar de sus esfuerzos no lograban mover las grandes piedras, Merlín recapacitó que solo sus artes podrían hacerlo. Así, las desmanteló y transportó mediante magia a la orilla del mar, haciéndolas flotar en balsas hasta Gran Bretaña. Las colocó en la llanura de Salisbury como estaban originalmente, en un gran círculo, alrededor del enterramiento. Se ha especulado que esta historia puede retrotraer al método por el que las piedras azules, extraídas de las montañas Prescelly, al norte, fueron llevadas por mar a la desembocadura del río Avon y luego tierra adentro en enormes rodillos de madera.

El Roman de Brut de Robert Wace, aproximadamente del año 1155, cuenta esta historia a los normandos. Un manuscrito del siglo XIV incluye una ilustración de Merlín reerigiendo el monumento, ayudado por un gigante (un detalle agregado por Wace, ausente del texto original de Montmouth).

Aurelius muere envenenado por un sajón en Winchester y es enterrado cerca de Stonehenge. Uther, que le sucede, también sucumbe al veneno sajón, siendo asimismo sepultado "cerca de Aurelio Ambrosius, dentro de la Danza del Gigante". Es entonces cuando Arturo recibe la corona. Años después, Arturo fue herido de muerte y partió a la isla de Avalon, siendo reemplazado por Constantino, a su vez asesinado por Conan y "enterrado cerca de Uther Pendragon dentro de la estructura de piedras, que fue construida con arte maravilloso no lejos de Salisbury, y llamada en lengua inglesa Stanheng". Son entonces tres las sepulturas reales ubicadas por Monmouth en Stonehenge.

Hasta hoy sólo se ha descubierto un cuerpo dentro del círculo de piedras de Stonehenge, hallado por el pionero arqueólogo William Hawley en 1926, y nunca identificado. La datación se complica al haberse encontrado cerámica desde la Edad del Bronce hasta la Edad Media, una moneda romana y objetos victorianos y georgianos. Sin embargo, pudiera haber más restos humanos, pues sólo la mitad de la superficie de Stonehenge ha sido excavada en la actualidad.

Hawley sacó a la luz otra inhumación fuera del círculo al este, en 1923. Una persona decapitada por detrás, probablemente con espada, en una angosta tumba de época anglosajona, alrededor del año 650. La datación por radiocarbono fue encargada en 1975 por el dentista galés Wystan Peach, convencido de que era el rey Arturo, que ha sido denominado por algunos "el arquitecto de Stonehenge". El detalle de que los historiadores no se pongan de acuerdo en si esta figura fue real o de ficción no pareció importarle, igual que a casi nadie.

Fotografías: Gabriela Torregrosa