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Lo inútil y lo necesario

Lo inútil y lo necesario
Diego Jalón Barroso
Diego Jalón Barroso
Lectura estimada: 5 min.

Decía Murakami que en nuestra vida imperfecta las cosas inútiles son, en cierta media necesarias. "Si de la imperfecta vida humana desaparecieran todas las cosas inútiles, la vida dejaría de ser incluso imperfecta". Hay quien puede pensar, vistos los resultados de las elecciones del 23 de julio, que votar a Vox, o incluso que la mera existencia de este partido resulta completamente inútil.

Así podría parecer a la vista de los datos. Si retrocedemos al año 2000, más de veinte años en el pasado por ese túnel del tiempo tenebroso que tanto asusta al presidente en funciones, podremos comprobar que el PP de Aznar obtuvo la mayoría absoluta y 183 escaños con 10,3 millones de votos, un 44,52% del total de los introducidos en las urnas. Y once años después, en 2011, con Mariano Rajoy, el PP repitió mayoría absoluta, incluso más contundente, con 10,9 millones de votos, el 44,63%, que le proporcionaron 186 diputados en la Carrera de San Jerónimo.

Hace dos semanas, la suma de PP y Vox, que logró 11,1 millones de votos, un 45,5% del total, se quedó en 170 diputados, seis menos de la mayoría absoluta. Podríamos pensar por lo tanto que Vox es un partido que ha resultado inútil. Pero bastaría con leer a Máximo Gorki para salir del error: "no hay gente inútil, sólo hay gente perjudicial". Eso y no otra cosa es lo que ocurre. Vox no es inútil, es necesario para que no gobierne el PP.

Durante esta campaña he escuchado a mucha gente decir que votar al PP o a Vox era casi algo equivalente, lo que no convirtiese uno en escaños lo haría el otro y, al final, la suma sería la misma, entre dos partidos que perseguían un mismo fin, sacar a Sánchez de la Moncloa. Pero es evidente que dividir el voto obliga a superar ampliamente la barrera del 45% entre ambos partidos y que, al mismo tiempo el PSOE se quede por debajo del 28%. Y que las dos cosas ocurran a la vez es casi imposible, porque el votante de izquierdas puede abstenerse ante una posible victoria del PP, pero si Vox entra en la ecuación de Gobierno, van a votar.

Abascal, que irrumpió en la política española a lomos de un caballo blanco, como su tocayo el apóstol, para proclamar una nueva reconquista, ha acabado demostrando que su verdadera vocación es la de estar siempre dispuesto a acudir en defensa de Sánchez para solucionarle la papeleta electoral. Cuando peor pintaban las cosas para Sánchez, se apareció Buxadé en Extremadura, y sus secuaces por toda España, para permitirle erigirse en defensor de los derechos de las mujeres, a cuyos violadores saca de la cárcel.

Si verdaderamente a Abascal y a los suyos les importase algo la unidad de esa España con la que tanto se llenan la boca, deberían saber que las estridencias y las salidas del tiesto de su partido no aportan nada, salvo servir de coartada a los injustificables pactos de Sánchez con todos los diablos. Vox es el partido que el sanchismo necesita para alimentar su estrategia de confrontación, de división del país en bloques irreconciliables y su discurso de "el fascismo o yo", que tanto nos aleja de poder encontrar soluciones a los problemas reales del país.

Porque el votante de izquierda, como hemos comprobado el 23-J, está dispuesto a aceptar que el Gobierno de España dependa de Junqueras y Rufián, de un fugado de la justicia, e incluso de Otegi y de los que nunca han renegado del tiro en la nuca como herramienta política. Pero lo que no puede aceptar es que Vox entre en el Gobierno. Puede que no sea muy racional, pero el voto depende de las pasiones y los afectos, y eso es casi imposible de modificar.

Vox y Sánchez son los dos grandes obstáculos para que el PP y el PSOE no puedan interiorizar y poner en marcha ese diálogo entre ellos que, con los actuales resultados, sería la única fórmula viable, no sólo para formar un Gobierno funcional, sino también para recuperar la concordia y los consensos con los que tanto hemos prosperado desde que comenzó la democracia.

Han sido muchos más los españoles que votaron por la salida de Sánchez del Gobierno que quienes refrendaron su gestión. Pero a estos últimos se suman los que votaron a otras opciones completamente ajenas al Partido Socialista, pero que están dispuestos a mantener en el Gobierno al único presidente que saben que siempre estará dispuesto a abonar, a cargo de la cuenta corriente de los españoles, los chantajes que le vayan pasando al cobro, a cambio de sostener su única ideología y su único objetivo político, que es mantenerse en el poder.

El PP no puede seguir esperando a que la presidencia le llegue por descarte del resto de opciones. Algo que, con la presencia de Vox en el panorama político nacional es cada vez más improbable, ya que no sólo le resta votos, sino que se los suma a la izquierda. El PP necesita presentar un potente proyecto político e ideológico que le permita convertirse en algo más que una de las opciones para derogar el sanchismo, una especie de plan B al que los españoles entregan el Gobierno, cuando ya no pueden más con la corrupción de Felipe González o con la ruina económica de Zapatero.

Un proyecto político e ideológico potente no quiere decir más conservador ni más radical, para atraerse a los tres millones de votantes de Vox, quiere decir un proyecto más ilusionante, más integrador, más propositivo en lo económico, en lo social, en lo medioambiental, en la apuesta por la innovación, por la modernización de las infraestructuras y por la eficiencia del Estado, de la sanidad o de la educación.

Un programa que ofrezca soluciones concretas a los problemas reales de los españoles, que les permita prosperar y vivir mejor que sus padres y sus abuelos, que cree riqueza, empleo y bienestar. Esto es más fácil de decir que de hacer, pero si a Puigdemont le da por anteponer su odio a Sánchez y su deseo de conseguir la hegemonía en el independentismo catalán a la gobernabilidad de España, algo que no es del todo descartable, y nos lleva a nuevas elecciones, el PP tendría que ponerse manos a la obra con urgencia.

Y si Sánchez consigue formar Gobierno, reuniendo lo mejor de cada casa y cediendo a todas y cada una de las exigencias de esa sopa de siglas que necesita cocinar para conseguirlo, lo que tampoco es en absoluto descartable, también. Incluso quienes no le votan, incluso quienes no son de centro derecha, necesitan que el PP abandone ese papel de suplente dispuesto a saltar al campo sólo cuando los españoles se cansan del PSOE. Y convertirse en necesario.

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