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Cervantes 2022
Ramón Tamames Gómez
Ramón Tamames Gómez
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Todos los lectores de El Quijote tenemos nuestra propia historia personal en relación con el libro que es máximo exponente de quien da su nombre a nuestra lengua, el español, el idioma de Cervantes. En ese sentido, muy de niño, cuando ya había aprendido lo esencial de lectura, durante La Guerra Civil, para hacerla mejor, de corrido, sin paradas, mi enseñante, el maestro nacional Clemente Tamames, mi abuelo, nos hacía leer en voz casi cantarina, una versión infantil de El Quijote, en la que había muchas cosas que aún no entendíamos cabalmente.

Mi segunda gran ocasión de leer el Ingenioso Hidalgo, fue en los calabazos de la Dirección General de Seguridad, en los sótanos de La Puerta del Sol. En 1956, durante los nueve días seguidos que allí pasé antes de ir a la cárcel de Carabanchel, por participar en la Rebelión Estudiantil contra él Régimen de Franco. La única lectura, que me permitieron fue precisamente: El Quijote: la Biblia nacional de los españoles, -Umbral dixit-, y ya sentí entonces una cierta delectación, a los 21 años.

Luego, llegó el tercer encuentro, con la edición del Cuarto Centenario, que lleva un estudio critico de Luis Astrana Marín, amén de ilustraciones de Gustavo Doré y los célebres comentarios de Don Diego de Clemencín; en lo que para mí fue toda una inmersión lingüística cervantina, en la frontera de los sesenta años, creo que ya con una apreciación plena de tan inmensa novela.

El año pasado, superado el cuarto centenario de la segunda parte de El Quijote (2016), nos llegó el libro titulado Cervantes, una serie de importantes ensayos debidos a Santiago Muñoz Machado, con un total de 1.037 páginas. De las cuales, 626 corresponden al texto propio del autor, y 410 van dedicadas a notas de pie de página, índice onomástico y bibliografía.

Once son las partes del provechoso libro en cuestión, que corresponden a una secuencia del más alto interés: la agitada vida de Cervantes, la creación del mito de El Quijote, las exaltaciones del escritor, las fuentes literarias cervantinas, los orígenes en la literatura popular. Incluyéndose otros temas bien incisivos: política y sociedad en la España de Cervantes, el pensamiento religioso, el matrimonio y las relaciones de pareja, y el viejo y el buen Derecho de aquellos tiempos.

No puede por menos de causar asombro y expresión de agradecimiento lo mucho que Santiago Muñoz Machado nos ofrece en esta obra, a la que, en mayor o menor proporción cada día, dedicó diez años de su vida. A cambio de ello, creo que contamos con una especie de Summa Cervantina de valor incalculable para miles y miles de estudiosos admiradores del último caballero andante, que cambió su faz a la hora de la muerte con aquella reflexión de: "Señores?, vámonos yendo, pero poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño?"

Es difícil de hacer un comentario de síntesis de una obra tan extensa como Cervantes del actual director de la RAE, que en su trabajo bordeó los pasajes de no ficción de Don Miguel, comentando quehaceres muy diversos de lo que fue una vida portentosa: primeras obras poéticas supervisadas por su maestro López de Hoyos; viaje imprevisto y providencial a Italia para aprender en las intrincadas redes de un cardenalato; para seguir luchando luego en sucesivas batallas navales del Mediterráneo contra el turco, señaladamente en Lepanto, ya se sabe, "la más alta ocasión que vieron los siglos..." En su retorno a España, Cervantes cae prisionero de piratas berberiscos para pasar cinco años preso en Argel con cuatro intentos de evasión.

Luego, ya en la patria, liberado por el rescate de los padres mercenarios, siguieron su matrimonio, su nueva vida literaria, sus servicios a Felipe II, una misión secreta en Orán, los abastos para la Armada Invencible, la recaudación de impuestos, dos encarcelaciones por contabilidades no tan claras, y muchos problemas familiares; con el dolor incisivo de no marchar a las Indias.

Posteriormente, ya publicada la primera parte de El Quijote con enorme éxito, el ataque de su mejor amigo/enemigo, Lope de Vega; tal vez el auténtico y disfrazado autor del falso Avellaneda. Y, por último, Persiles y Sigismunda, con sus premonitorias palabras del prólogo: "Ya con un pie en el estribo?"

La obra que comentamos, está llena de conocimientos confirmados, con no pocas novedades sobra la vida, obras y aledaños del creador del Ingenioso Hidalgo. Incluyendo un análisis minucioso de las sucesivas ediciones que recorrieron el mundo, destacando la cuidadosa traducción de Londres de 1738, promovida por el estudioso John Carteret. Quien supo agregar a su iniciativa la primera gran biografía de Cervantes, preparada por el valenciano Gregorio Mayans y Siscar.

Finalmente llegó a El Quijote de la Imprenta de Ibarra, en 1780, con texto fijado, limpiado y de lleno de esplendor por la RAE, en cuatro tomos; basándose en los textos de las ediciones de 1506 y 1516, las únicas releídas por el propio Cervantes.

Entre los grandes comentaristas del El Quijote, no podría estar más de acuerdo con Muñoz Machado: prioriza a Diego de Clemencín, por mucho que a algunos se les hicieran demasiado largas sus anotaciones.

Y ya con falta de espacio para todo lo que querría exponer, daré mi opinión sobre si El Quijote tiene o no un significado profundo. Así, frente al gran repertorio de actitudes que expone Muñoz Machado, yo estoy entre los que piensan que el gran libro tiene su gran mensaje. Cuando, en el capítulo 11 de la primera parte, Don Quijote se dirige a los célebres cabreros que le han invitado a frugal cena: "Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a los que los antiguos pusieron nombre de dorados... porque ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes..." Frases que como nos recuerda el propio Clemencín tuvieron su origen primigenio en Virgilio y Ovidio, y que tanto impresionaron, mucho tiempo después, a Carlos Marx. Quien, al leer está proclama, pensó en emprender el estudio del español para disfrutar más del valeroso caballero andante, defensor de todos los débiles, más quijotesco que nadie.

Y también en torno al mito que se creó sobre El Quijote, me permitiré renombrar a Gustavo Doré, quien después de su largo viaje por España se decidió a ilustrar las tres obras literarias por él más apreciadas: La Biblia, La Divina Comedia de Dante..., y el Ingenioso Hidalgo.

Los lectores de Tribuna, pueden comunicarse con el autor a través del correo electrónico castecien@bitmailer.net.