Dos semanas de entrega total, de lucha contra el viento, la presión y rivales de talla mundial. Dos semanas que culminaron en un grito liberador sobre la tierra batida de la Philippe Chatrier. Coco Gauff, a sus 21 años, se consagró campeona de Roland Garros, conquistando el torneo que le había visto crecer, llorar, soñar… y esta vez triunfar. Lo hizo con una victoria de carácter, de madurez y de revancha ante la número uno del mundo, Aryna Sabalenka, por 6-7(5), 6-2 y 6-4, en 2 horas y 38 minutos de intensidad inquebrantable.
Tres años después de su primera final en París, donde la juventud le pesó frente a Iga Swiatek, la tenista de Florida regresó a ese mismo escenario como una jugadora transformada. Más fuerte, más completa, más convencida de su destino. Y lo selló con una remontada memorable ante una Sabalenka que arrancó como una tormenta y terminó desbordada por sus propios errores -70 no forzados- y por la determinación sin fisuras de su rival.
Gauff, que había perdido la final de Madrid hace pocas semanas ante la bielorrusa, se tomó la revancha en el escenario más prestigioso del tenis en tierra batida. Fue su sexta victoria en once enfrentamientos ante Sabalenka, pero seguramente la más dulce. Porque supo sufrir: tras ceder el primer set en un tiebreak de vértigo, como ya hiciera en cuartos ante Madison Keys, volvió a recomponerse, a creer, a imponerse.
Sabalenka, lanzada de inicio, llegó a dominar 4-1 en el primer parcial. Una grada algo fría comenzaba a temer una repetición del drama de 2022, cuando una joven Coco apenas opuso resistencia a Swiatek en su primera final. Pero Gauff no se desmoronó. Se adaptó al viento, encontró su ritmo y llevó el set al límite. Cayó, sí, pero demostró que estaba preparada para mucho más.
El segundo set fue otra historia. La número 2 del mundo salió decidida, marcó distancias con un temprano 2-0 y supo mantener su ventaja ante una Sabalenka que empezó a mostrar señales de inestabilidad. Su golpe de derecha, temido por todas, perdió precisión; su lenguaje corporal, firme días atrás, se quebró. Gauff olió la sangre y empató el partido con solvencia.
El tercero fue una guerra mental. Sabalenka tuvo destellos, incluso recuperó un quiebre, pero Gauff ya había tomado las riendas. Rompió en el séptimo juego y se aferró con uñas y dientes a esa ventaja. Cuando convirtió su segunda bola de partido, cayó al suelo, incrédula y emocionada, consciente del hito: se había convertido en la primera estadounidense en ganar Roland Garros desde Serena Williams en 2015 y la más joven en hacerlo desde que la propia Serena lo lograra por primera vez en 2002.
Con este triunfo, Gauff suma su segundo título de Grand Slam tras el US Open de 2022, y se confirma como una de las grandes estrellas del presente y del futuro del tenis femenino. En una temporada donde ha disputado las finales de Madrid y Roma, su consagración en París la coloca directamente en la carrera por el número 1 del mundo y, por qué no, como heredera del legado de las grandes campeonas estadounidenses.
En una Chatrier que se rindió a su entrega, Coco no solo ganó un título. Ganó respeto, confianza y el derecho a ser llamada campeona de Roland Garros. Y esto, en el templo de la tierra batida, no es cualquier cosa. Es el inicio de algo mucho más grande.